lunes, 11 de febrero de 2013

mito japones del la creación del hombre








En lo más profundo de los tiempos, el Cielo y la Tierra estaban mezclados, como si los hubieran batido los siglos en una materia espesa e informe. Repentinamente, el silencio de aquella masa se rompió con sonidos extraños, cuyo origen era el movimiento de las partículas. Pronto, la luz y las partículas más ligeras se elevaron; pero no todas estas eran tan rápidas como las de la luz, y no pudieron seguirla en su ascensión. De este modo, la luz se acumuló en la parte superior del Universo, y por debajo de ella, las partículas formaron, primero, las nubes, y luego, un Paraíso llamado Takamagahara [Llanura de los Cielos Altos]. Abajo, muy abajo, las partículas y átomos más pesados permanecían en una masa enorme, informe y oscura que fue llamada Tierra..

En aquellos tiempos en el Cielo y la Tierra tuvieron su origen, las divinidades se formaron en Takamagahara. Sus nombres eran: Ame-no-mi-naka-nushi-no-kami [Señor del Augusto Centro del Cielo], Taka-mi-musuhi-no-kami [Augustísimo engendrador o Divinidad de la Augusta Energía Vital] y Kami-musuhi-no-kami [Divino engendrador o Divinidad de la Divina Energía Vital]. Estas tres deidades, todas ellas formadas espontáneamente, se ocultaron. A continuación, cuando el mundo, joven y parecido al aceite flotante, se movía como una medusa, de algo que surgió parecido a un brote de caña, nacieron en el cielo dos divinidades cuyos nombres eran: Umashi-ashi-kabi-hikoji-no-kami [Antiguo príncipe encantador brote de caña] y Ame-no-toko-tachi-no-kami [El que permanece eternamente en el cielo].

Estas dos divinidades, todavía formadas espontáneamente, también se ocultaron.
“Siete Generaciones Divinas”.
Entonces los dioses se reunieron y deliberaron largamente sobre la Tierra, que continuaba siendo una mezcla de materias, aguas y tierras, informe y blanda. Decidieron enviar a una pareja de ellos a organizar la Tierra y eligieron a los más jóvenes. Así, las divinidades celestes dirigieron un augusto mandato a las dos divinidades Izanagi e Izanami: “Arreglad, consolidad esta tierra en movimiento”. Mandándoles así, les confirieron la orden y les entregaron la lanza celestial Ama-no-Nuboko, que estaba cubierta de piedras preciosas. Entonces las dos divinidades, estando sobre el Puente Flotante del Cielo [= ¿el arco iris?], dejaron caer lentamente la lanza de gemas y agitándola, resonó el agua salada koworo-koworo. Cuando hubieron retirado y levantado la lanza, el agua salada que caía de su extremo se acumuló y se convirtió en una isla. Esta fue la isla de Onogoro [Espontáneamente Coagulada].

Descendiendo luego del cielo y situándose en esta isla, en un abrir y cerrar de ojos levantaron un augusto altar, llamado Yashidono, una augusta columna celeste, llamada Ama-no-mi-hashira [Sagrado Pilar del Cielo], y edificaron alrededor una augusta sala de ocho brazas

Entonces Izanagi preguntó a su augusta compañera Izanami “¿De qué modo ha sido formado tu cuerpo?” Ella respondió: “Mi cuerpo está completamente formado, pero hay una parte que no ha crecido y está cerrada”. Entonces Izanagi dijo: “También mi cuerpo está totalmente formado, pero tengo una parte que ha crecido excesivamente. Así, si metemos allí la parte de mi cuerpo que ha crecido excesivamente, procrearemos las tierras. ¿Qué solución mejor que procrear?”. Izanami respondió: “Ciertamente estará bien hecho”. Entonces Izanagi repuso: “Tú y yo giraremos alrededor de esta augusta columna celeste, y cuando nos hayamos encontrado yaceremos juntos”.

Así hablaron y se pusieron de acuerdo. El dijo “Tú para encontrarme girarás a la derecha; yo para encontrarte giraré a la izquierda”. Cuando dieron la vuelta tal como habían convenido, Izanami fue la primera en hablar y exclamó: “¡Oh, en verdad eres un joven hermoso y amable!” Luego Izanagi: “¡Oh, qué joven más hermosa y amable”. Cuando así hubieron hablado, él le dijo a su compañera: “No está bien que sea la mujer quien hable primero”.

No obstante, finalmente se unieron en el lecho y engendraron un hijo, Hiru-ko [Niño Sanguijuela]. Lo depositaron sobre una lancha de juncos y la corriente lo arrastró. Después engendraron a Awa-Shima [Isla de Espuma], pero éste tampoco entra en la relación de los hijos.

En aquel momento, las dos divinidades tuvieron una consulta: “Los hijos que hasta ahora hemos engendrado no son buenos. Por lo cual debemos comunicarlo a la augusta morada de las divinidades celestes”. Entonces subieron y preguntaron a las augustas divinidades qué mandaban que se hiciese. Las divinidades [recurriendo a la Gran Adivinación] se pronunciaron con gran acierto y dijeron: “La mujer es la que ha hablado primero, y por eso no han ido bien las cosas”.

Entonces ellos partieron de nuevo y giraron otra vez como antes, alrededor de la augusta columna celeste. Esta vez fue Izanagi el primero en hablar: “¡Oh, qué joven más hermosa y amable!”. La segunda en hablar fue la augusta esposa Izanami, que exclamó: “Oh, en verdad eres un joven hermoso y amable”. Cuando terminaron de hablar, tuvo lugar la augusta unión y engendraron un hijo, la isla de Awaji [Camino de Espuma].

De la misma forma engendraron a las demás islas del archipiélago, a las que fueron poniendo nombre según iban naciendo: Honshû, Shikoku, Kyûshû, las islas gemelas de Oki y Sado, y, finalmente, Iki. Luego engendraron a una serie de dioses y diosas, entre ellos los del viento, las montañas y los árboles.


mito andino de la creación del hombre


Pachakamaq decidió un día crear al hombre y a la mujer, para abandonarlos a su suerte. Al poco tiempo, el hombre fallecería a causa del hambre y la mujer sobrevivió gracias a que se alimentaba de raíces. En una de sus excursiones en busca de un poco de alimento, imploró aldios Sol misericordia, apiadándose éste de ella y fecundándola con sus rayos.

Pero Pachakamaq celoso, raptó al hijo y lo mató. La madre, desgarrada de dolor, exigió al Sol que le castigara, pero el verdugo enterró el cuerpo para que no lo descubrieran y sembró en él para compensar a la mujer que pasaba hambre. En sus dientes depositó maíz. Al sembrar en las costillas y huesos germinaron yucas y frutas. De la carne salieron los pepinos, los pacaes y árboles, convirtiéndose la región en un próspero territorio.

No obstante, la madre seguía clamando venganza, pero Pachakamaq se ocultó del Sol en un lugar remoto para así evitar su furia. Decidido a hacer feliz a la mujer, el Sol le dio otro niño a partir del cordón umbilical del primero, y le prometió que no le pasaría nada porque por el día él lo custodiaría y por la noche la Luna sería la responsable.

El joven, de nombre Vichama, creció sano y fuerte y se aventuró por el mundo, dejando sola a su madre. A la vuelta, se encontró, desconcertado, a una multitud de personas desconocidas para él. Pachakamaq, en su infinita maldad, había asesinado a su madre y había creado a partir de ella hombres y mujeres. Lleno de ira, exigió a su padre el Sol venganza. Persiguió al asesino de su madre y hermano, pero éste se refugió en el mar, que se convertiría en su eterna morada.

A los habitantes los transformó en piedra, acusándolos de ser cómplices en el asesinato de su madre. Afligido por la soledad, buscó los huesos de ésta, los juntó e invocó a su padre, quién le devolvió la vida. Sin embargo, al verse solos, Vichama rogó al dios Sol una nueva creación. Éste aceptó y lanzó a la tierra tres huevos: de oro, plata y bronce.

Del huevo de oro nacieron los Kurakas y nobles; del de plata las mujeres de éstos y del de bronce los plebeyos.

mito maya del origen del hombre





En la visión maya del cosmos, las cuevas son entradas al acuoso inframundo -el Xibalbá, o Lugar del Miedo-, que desempeña un papel clave en la historia de la creación, según se describe en el Popol Vuh, libro sagrado de los mayas.La leyenda habla de unos hermanos gemelos muy hábiles en el tradicional juego de pelota. Cuando jugaban, hacían tanto ruido que molestaban a los dioses del Xibalbá, quienes los retaron a un torneo. Los dioses vencieron a los gemelos, los sacrificaron y sepultaron sus cuerpos debajo del campo de juego. La cabeza de uno de ellos, Hun Hunahpú, fue colgada de un árbol que producía calabazas con forma humana. Una diosa llamada Xquic oyó hablar del extraño árbol y decidió ir a conocerlo. Cuando se acercó a él, la cabeza de Hun Hunahpú le escupió en la mano, fecundándola. Así concibió a Hunahpú y Xbalanqué, conocidos como los Héroes Gemelos. Con el tiempo se convirtieron en jugadores como su padre y su tío. Los dioses los convocaron al Xibalbá y los vencieron en el campo de juego, molieron sus huesos y los esparcieron en un río, donde los gemelos renacieron, primero como peces y luego como actores itinerantes.
Al regresar al Xibalbá, para tomar venganza, urdieron una trampa. Tras interpretar diversos números asombrosos, Xbalanqué decapitó a Hunahpú y volvió a colocarle la cabeza. Los dioses, encantados con el espectáculo, les rogaron que los decapitaran y les devolvieran la vida también a ellos. Los Héroes Gemelos simularon obedecer y procedieron a decapitar a los dioses. Al final lograron consumar su venganza: se negaron a recomponer sus cuerpos y los derrotaron para siempre. Así fue cómo triunfó el bien sobre el mal, y el mundo estuvo preparado para la creación de los seres humanos. Xbalanqué y Hunahpú emergieron del Xibalbá como el sol y la luna -dones para los mayas- y se elevaron al cielo. Cada día reinterpretan su viaje al mundo del Más Allá y su jubiloso retorno.

mito androgino








Al principio, la raza de los hombres no era como hoy. Era diferente. No había dos sexos, sino tres: hombre, mujer y la unión de los dos. Y esos seres tenían un nombre que expresaba bien su naturaleza y hoy perdió su significado: Andrógino. Además, esa criatura primordial era redonda: sus costillas y sus lados formaban un círculo y ella poseía cuatro manos, cuatro pies y una cabeza con dos caras exactamente iguales, cada una mirando hacia una dirección, apoyada en un cuello redondo. La criatura podía andar erecta, como los seres humanos hacen, para adelante y para atrás. Pero podía también rodar y rodar sobre sus cuatro brazos y cuatro piernas, cubriendo grandes distancias, veloz como un rayo de luz. Eran redondos porque redondos eran sus padres: el hombre era hijo del Sol. La mujer, de la Tierra. Y el par, un hijo de la Luna.

Su fuerza era extraordinaria y su poder, inmenso. Y eso los tornó ambiciosos. Y quisieron desafiar a los dioses. Fueron ellos los que osaron escalar el Olimpo, la montaña donde viven los inmortales. ¿Qué debían hacer los dioses reunidos en el Consejo celeste? ¿Aniquilar a las criaturas? ¿Pero como quedarse sin los sacrificios, los homenajes, la adoración? Por otro lado, tal insolencia era perfectamente intolerable. Entonces...

El Gran Zeus rugió: Dejen que vivan. Tengo un plan para que se vuelvan más humildes y disminuir su orgullo. Voy a cortarlos al medio y hacerlos andar sobre dos piernas. Eso, con certeza, va a disminuir su fuerza, además de tener la ventaja de aumentar su número, lo cual es bueno para nosotros. Y apenas había terminado de hablar, comenzó a partir a las criaturas en dos, como una manzana. Y, a medida que los cortaba, Apolo iba girando sus cabezas, para que pudieran contemplar eternamente su parte amputada. Una lección de humildad. Apolo también curó sus heridas, dio forma a su tronco y moldeó su barriga, juntando la piel que sobraba en el centro, para que ellos recuerden lo que habían sido un día.

Y ahí fue que las criaturas comenzaron a morirse. Morían de hambre y de desesperación. Se abrazaban y se dejaban estar así. Y cuando una de las partes moría, la otra quedaba a la deriva, buscando, buscando...

Zeus tuvo pena de las criaturas. Y tuvo otra idea. Dio vuelta las partes reproductoras de los seres hacia su nuevo frente. Antes, ellos copulaban con la tierra. De ahora en adelante, se reproducirían un hombre con una mujer. En un abrazo. Así la raza no moriría y ellos, los dioses descansarían. Hasta podrían continuar involucrándose en el negocio de la vida. Con el tiempo las criaturas se olvidarían de lo ocurrido y sólo tendrían conciencia de su deseo. Un deseo que jamás estaría enteramente saciado en el acto de amar, porque aún derritiéndose en el otro por un instante, el alma sabría, aunque no pudiera explicarlo, que su ansia jamás sería completamente satisfecha. Y la nostalgia de la unión perfecta renacería, ni bien se extinguieran los últimos gemidos del amor.

Esta es la historia. Un día fuimos un todo, enteros y plenos. Tan poderosos que rivalizábamos con los dioses. Es la historia que nos cuenta también cómo un día, partidos al medio, nos transformamos en dos y aprendimos a sentir nostalgia. Es la razón de esa búsqueda sin fin del abrazo lo que nos hará sentir de nuevo y una vez más, aunque sólo por algunos momentos (¿a quién le importa?), la emoción de la plenitud que perdimos un día, hace mucho tiempo.